Brujas


Sabía que no debía hacerlo, pero su corazón no le dejaba opción. Y es que habían sido ya muchas primaveras las que había pasado sola, muchas noches llorando en su balcón esperando, y esperando se le había escapado la vida en un suspiro. Pero ahora que todo parecía haber cambiado en su vida, que todo empezaba a cobrar sentido, ahora que el amor había abierto de par en par las puertas de su corazón, tenía que dejarlo todo.


Aquel pirata del sur que tanto había hecho por conquistar el amor de aquella solitaria dama, no le convenía y su padre lo había dejado bien claro. Y, aunque ella había sido siempre una joven recatada, había encontrado en aquel joven algo que la completaba, algo que a ella le faltaba. Quizá, pensaba ella, fuera el simple hecho de que él era todo lo contrario a lo que era y había sido ella: un joven apuesto, cuya patria es el mar y su bandera la libertad, que con sus encantos y sus ingenios había hecho que ella, sin dudarlo un momento cayera en sus brazos deseando ser tratada como una mujer, deseando poder aferrarse a su torso musculoso y así poder disfrutar del amor cada noche como si se tratara de la última noche que pasaría con aquel malvado pirata que había robado su corazón.


Pero tantos años esperando bajo la sombra y la superprotección de su padre, había hecho que su corazón fuera quedándose cada vez más frío, convirtiéndolo en un músculo más de un cuerpo incapaz de sentir, incapaz de llorar, incapaz de amar…


Ahora él le había devuelto a la vida, él era el responsable de que volviera a soñar, de que volviera a reír, y era con él con quien quería pasar el resto de su vida, a pesar de lo que dijera el padre al que, sumisa en una realidad que no le correspondía, había obedecido tantos y tantos años, dejando escapar la juventud y con ella, la vida.


Pero la fuerza del corazón es más fuerte que la de la razón y Minna ya había tomado su decisión. Ante la negativa de su padre, marinero anclado en el puerto de Brujas, de volver a ver a su amado pirata, ella había decidido tomar el camino difícil. Se encontraría con él en la orilla sur y juntos emprendería una larga vida en tierra de nadie. Ya estaba decidido, y así lo llevarían a cabo.


Y así, sola y burlado la vigilancia de su padre, Minna salió de la casa para dirigirse al lugar donde rescataría los restos de su vida. Ya casi podía ver aquel mágico lugar con el que había soñado tantos años, un par de calles más y encontraría lo que tanto andaba buscando, la felicidad. El corazón a cien, y la respiración entrecortada, hacía el camino hasta ese lugar incluso doloroso. Y es que, cada vez más, la vida se le iba y sabía que tenía que ser fuerte y llegar hasta allí, ya lo podía ver, aquel puerto, esta noche más precioso que cualquier otra noche de invierno. Pero, ¿dónde estaba él? No podía verlo. Él no estaba allí. Aquello no le podía estar sucediendo a Minna. Tanto tiempo esperando este momento, tantas ilusiones ahogadas, tantos sueños rotos…Sabía que haber burlado las indicaciones de su padre supondría años de internamiento en aquella horrible casa y que nunca podría volver a ver la luz del sol, y no quería volver a la vida que llevaba, no podía. Su corazón había dicho basta.


En vuelta en una nube de lágrimas, Minna, cayó derrumbada y sola, como había estado siempre. Aquel amor al que tanto había esperado, no existía, aquellas palabras de ánimo que ella misma se había dicho, no habían servido para nada, y sólo le quedaba llorar. Su vida se apagó lentamente y sola murió en aquel lugar aquella fría noche de invierno.


Fue entonces cuando aquel pirata, que había sido capturado por órdenes directas del padre de Minna, consiguió esquivar la vigilancia y llegar al “lago del amor”, donde ambos deberían encontrarse. Pero ya era tarde. El corazón de Minna se había cansado de esperar y su cuerpo yacía en el suelo, derrumbado, muerto.


Él, que le había prometido una larga y próspera vida; él, que había jurado liberarla de aquela cárcel en la que vivía; él, que la había amado hasta la saciedad había dejado que muriera y ahora se encontraba de rodillas sosteniendo el cuerpo con el que tantas veces había soñado, en el lugar donde tantas veces habían estado juntos, “el lago del amor”. Fue entonces, cuando decidió que allí descansarían juntos, que allí perduraría siempre su amor, porque cuando los guardias le encontraran acabaría con él.


Tan rápido como pudo, se puso de pie, agarró a Minna en brazos y con una soga y una roca de unos restos de muro que allí se encontraban, se amarró el pié. Ambos estarían por siempre juntos, en aquel preciso lugar. Te quiero, le dijo entre susurros y sollozos y saltó con ella al lago en el que juntos pasarían la eternidad.

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