Química orgánica
Después de hora y media en la biblioteca sentado delante de los mismo apuntes, te das cuenta de que por mucho que te creas un “Van Gogh” modernista, que subraya y subraya, y luego pinta y vuelve a subrayar, has perdido el tiempo. Reconócelo. Ella sigue en tu cabeza.
Sólo fue un amor de verano y probablemente ella ni se acuerde de ti, pero hoy es un día de esos en lo que ni el sol ni el olor a piscina te ayudan a vencerle la batalla a la nostalgia. El típico día en el tu cabeza tiene la obligación de dar consejos de “buen sujeto” pero que sólo sirven para seguir engañándote.
Desisto. A lo mejor, después de un cigarro a la química orgánica se hace un poco menos pesada.
Fuera sientes como cada calada te acerca más y más a esos temidos apuntes. No quieres estudiar, pero sobre todo, no quieres volver a pensar en ella.
Sentado, te das cuenta de que el libro de química no se ha convertido en una peli de Tim Burton o en una canción de Pereza y maldices la hora en la que pensaste: “bueno, siempre nos quedará septiembre”. Ingenuo. Y de nuevo vuelve a tu interior. De nada sirven esos carteles de prohibido el paso que has puesto en la entrada de tu mente. Su cuerpo se ha deslizado por los barrotes de esa puerta y ella ha vuelto a entrar.
¡Mierda! Ninguna llamada perdida en el móvil. Al final llegas a la conclusión de que por más que lo mires, no aumentan las posibilidades de que suene, o mejor dicho, de que vibre. Y vuelves a los apuntes: “el protón se adiciona al extremo del átomo de carbono que está menos sustituido del doble enlace”. ¡Ah, qué bien! Pero, no. No es suficiente. Ella sigue dentro, ¿me vas a dejar estudiar algún día? Es una pregunta que te hace sentirte estúpido, sobre todo cuando te das cuenta de que la gente de la biblioteca se empieza a ir a comer y que has pasado cuatro horas desde que tú has llegado y no has pesado de la regla de Markonikov. Cuatro horas para leerte un folio. Lo que algunos llaman una “mañana productiva”. Ahora piensas: “media hora a tope y me voy”. Media hora está bien. Tampoco hay que forzar. Pero como en realidad, sabes que no vas a hacer nada, esa media hora te la pasas buscando excusas para responder a esa horrible pregunta que todos te hacen cuando sales de la sala de torturas: “¿qué, te ha cundido?”. ¿A caso te importa? Sólo eres otro pringado como yo. Y supongo que tampoco habrás hecho ni el huevo.
Recoges los bolis de colores. Cada uno a su estuche. Procuras no dejarte nada. ¿Apuntes? Sí. ¿Estuche? Sí. ¿Tocho de L. G. Wade? Sí. ¿Sentimiento de culpa? Sí. Así que como me marcho con la sensación de haber tirado cuatro horas y media a la basura.
De camino a la puerta te consuelas intentando pensar: “todo el mundo tiene un mal día” , “esta tarde no hago ni un descanso”, “hoy en la biblioteca hasta las tres de la mañana por lo menos…”. Y entonces la sombre vuelve y te arrastra y se te ocurre la mejor idea del día. ¡Oye! ¿y si le mando un mensaje? Y luego piensas, ¿para qué? Ella vive a cientos de kilómetros y esto no tiene ningún sentido ¿Consuelo? Ninguno.
Así que, ipod en mano, busco mi carpeta de música, “Para días tristes” y mi orgullo, mi sentimiento de irresponsabilidad y yo, nos vamos con la música a otra parte. ¿Lo peor? El examen es esta tarde…Bueno, siempre nos quedará septiembre.
De camino a la puerta te consuelas intentando pensar: “todo el mundo tiene un mal día” , “esta tarde no hago ni un descanso”, “hoy en la biblioteca hasta las tres de la mañana por lo menos…”. Y entonces la sombra vuelve y te arrastra y se te ocurre la mejor idea del día. ¡Oye! ¿y si le mando un mensaje? Y luego piensas, ¿para qué? El está en Disney a cientos de kilómetros y esto no tiene ningún sentido ¿Consuelo? Ninguno.
Y la unica pregunta es.... ¿sigues vivo?
esta historia es mia!no la vayas contando por ahi!!!!!!