Carlos
Ella otra vez. Como cada mañana sola con su maletín y su traje ceñido, me pedirá un café largo. Supongo que tendrá otro caso que resolver. A veces me la imagino en pleno juicio acusando a un ladrón o a un asesino y se me hace raro pensar que una persona tan dulce haya podido encarcelar a tantos criminales. Pero ahora no es el momento, tienes que estar concentrado. Has esperado este momento tanto tiempo y sabes que no puede pasar de hoy. Hoy es el día en que el que por fin le dirás lo que sientes, aun sabiendo que es una amor ilógico, imposible, carente de fundamento y pasional. Seamos sinceros: ella es la mejor abogada de concepción y yo sólo el típico camarero sin estudios que le sirve café cada día en su bufete. Pero, aunque no puede ser, me resigno a perder un día más viviendo en esta mentira que yo sólo me estoy creando y creyendo. No aguanto más.
Tantas noches soñando con ella, tantos discursos en el espejo ante mí mismo, tantos meses de silencio tienen que acabar hoy. Hoy es el gran día. Lo has ensayado, te has puesto lo mejor que tienes y todo va a salir bien. Pero aún así llegan las dudas, los sudores, los malos tragos. Y es que, ¿cómo iba una chica como ella fijarse en un chico como yo? Ella, tan radiante, capaz de eclipsar a cualquier ser humano con su sonrisa; tan perfecta que hasta Dios se asombraría de tal obra maestra. Pero como decía mi vieja abuela, que en paz descanse, “hasta que no fracases no sabrás tus limitaciones”.
Allá voy. Me tiembla el pulso. El corazón a cien parece que se va a estallar y va a salir volando de mi pecho. Una vez más me acerco a ella. Las palabras que tanto he ensayado retumban en mi cabeza y hacen presión para salir disparadas.
- ¿Largo de café, como todos los días, Laura?
- Sí, por favor.
La miro a los ojos: es el momento.
- He esperado tanto este momento, que ahora no sé cómo empezar. Te veo todos los días y no me atrevo a acercarme, pero quiero que sepas algo.
De repente, todo se quedó a oscuras…
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